Estos días estoy volviendo a ver la primera temporada de la nueva anterior etapa de Doctor Who, comenzando por el noveno (vamos a asumir que ese es su número), el interpretado por Christopher Eccleston. No es la primera vez que la veo, pero es muy distinto verla por primera vez a verla conociendo ya más partes de la historia y del universo tan complejo que rodea esta serie (y eso que hay muchas partes que no conozco: por ejemplo, las historias en audio o los spin-off).
Y una de las cosas en las que el fandom es más unánime es en la cantidad de cartón piedra que compone muchos de los decorados de las primeras temporadas, y en lo «falso» que se ve. Es algo especialmente visible en la primera temporada, y que todavía se arrastra a la segunda. Desde luego el presupuesto en efectos especiales fue el que fue, y el presupuesto en marionetas… también fue el que fue.
Lo que sí veo muy claro es que esto es una serie que navega entre la ciencia ficción y la fantasía. Y por eso no tengo mucho problema en que un Slitheen parezca creado por Jim Henson, o que el Dalek parezca un proyecto de alguien que se ha motivado mucho con los Mecano. Incluso le añade algo de encanto al universo visual que hace 20 años ya parecía retrofuturista y con ciertos tintes steampunk, así que imaginad ahora. Además es una serie que está pensada también para que la pueda ver toda la familia.
Estos efectos se van refinando progresivamente a lo largo que ves la serie. Y en la última temporada (o la primera de la nueva etapa; la que está, en definitiva, disponible en Disney+) se nota que le han echado bien de billetes. Pero ese ambiente casi artesanal de las primeras temporadas de esta época es algo que a mí, personalmente, nunca me ha estorbado. Es que en realidad me gusta.
Añado: me di de baja de Disney+ antes de terminar la última temporada de Doctor Who. Por favor, no me hagáis spoilers.
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