Metí los dedos en el agua y me pareció fría. Estuve escuchando la cascada hasta que dejé de oírla. Paseé la vista por todo el lago, de orilla a orilla, muy despacio, y me sorprendió su anchura. ¿Cómo iba yo a imaginarme un lago tan grande, a unos novecientos metros de altura, escondido en este circo que es sólo uno de los tres que hay sobre una cara de una montaña que, a su vez, sólo es un pedacito desgajado de la meseta? Y de nuevo paseé la vista por la superficie, despacio, de orilla a orilla, desde mis pies hasta el precipicio. No hay forma mejor de saborear la extensión de una superficie de agua.
Revista Salvaje 19, página 95. «La montaña viva», por Nan Shepherd, traducido por Silvia Moreno Parrado.
Entiendo que este texto está extraído de este libro editado por Errata Naturae.