Hace cuatro años, al principio del confinamiento por la pandemia de COVID-19, yo vivía en un quinto interior en el centro de Madrid. Solo se podía ver un patio interior y el cielo desde la ventana de uno de los dormitorios. Ese dormitorio lo llamábamos cariñosamente «la terraza», y pasé mucho tiempo allí metido leyendo. Y entonces recordé que había muchos sitios con webcams en directo, colocadas por todo el mundo, esperando a que vaya alguien a mirar.
Y vaya si había.
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