Hoy me he tomado el día libre en el trabajo para hacer unos recados fuera de mi pueblo, y tengo mucho tiempo para hacer. Y he decidido hacer algo que en Madrid hacía muchísimo y que por aquí no hago tanto: venirme a una cafetería a echar el rato. He desayunado y ahora estoy escribiendo esta nota rodeado de gente que tiene sus conversaciones, hace sus cosas, viene y se va a sus trabajos o a la universidad. Qué maravilla, añado, lo de tener una conexión a Internet de alta velocidad en casi cualquier parte.
El ruido debería aturdirme, porque hay mucha gente hablando a la vez, pero sin embargo me inspira, no necesito ponerme los auriculares ni nada parecido. Total. Salvo cuando alguien arrastra un taburete, porque tienen las patas metálicas y el sonido es bastante desagradable. Cuando vivía en Madrid solía hacer lo mismo; vivía cerca de la Glorieta de Quevedo, así que me iba al Starbucks que hay en su salida con la calle Fuencarral a pasar el domingo, sentado en una silla, escribiendo y tomando un café decente. El café de Starbucks es decente, no hace falta ponerse snobs. Aunque ahora me estoy tomando un café que me parece bastante mejor.
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