Cambiar de aires

Hoy me he tomado el día libre en el trabajo para hacer unos recados fuera de mi pueblo, y tengo mucho tiempo para hacer. Y he decidido hacer algo que en Madrid hacía muchísimo y que por aquí no hago tanto: venirme a una cafetería a echar el rato. He desayunado y ahora estoy escribiendo esta nota rodeado de gente que tiene sus conversaciones, hace sus cosas, viene y se va a sus trabajos o a la universidad. Qué maravilla, añado, lo de tener una conexión a Internet de alta velocidad en casi cualquier parte.

El ruido debería aturdirme, porque hay mucha gente hablando a la vez, pero sin embargo me inspira, no necesito ponerme los auriculares ni nada parecido. Total. Salvo cuando alguien arrastra un taburete, porque tienen las patas metálicas y el sonido es bastante desagradable. Cuando vivía en Madrid solía hacer lo mismo; vivía cerca de la Glorieta de Quevedo, así que me iba al Starbucks que hay en su salida con la calle Fuencarral a pasar el domingo, sentado en una silla, escribiendo y tomando un café decente. El café de Starbucks es decente, no hace falta ponerse snobs. Aunque ahora me estoy tomando un café que me parece bastante mejor.

¿A cuento de qué viene esta nota? A que en realidad lo que me está pareciendo agradable es echar la mañana en un entorno en el que me encuentro cómodo, como es mi cafetería preferida de Cáceres, y a la vez en un entorno en el que no estoy todos los días. Trabajo en casa y vivo solo, y eso hace que muchas veces mis días se reduzcan a levantarme, desayunar en casa, trabajar en casa, comer en casa, seguir trabajando en casa, y salir de casa para ver a mis padres. Algunos días voy a ensayar.

Mi vida normal se hace en menos de un kilómetro cuadrado, tres si lo extendemos a ir a la compra e ir al local de ensayo. Aunque en realidad mi vida normal en Madrid, durante tres de los años que viví allí, también se hacía en menos de un kilómetro cuadrado. Pero iba a una oficina donde me estaba rodeado de gente, iba al bar donde estaba rodeado de gente, caminaba por la calle y me cruzaba con gente. En mi pueblo es fácil salir a la calle y no ver a nadie, y viviendo solo, acabo teniendo el mismo panorama día tras día tras día.

Vivir en mi pueblo es agradable y tiene sus cosas buenas, pero el aire se enrarece con mucha facilidad y hay que hacer cosas para renovarlo. Echar una mañana de vez en cuando en Cáceres, escribiendo en mi cafetería preferida, es una buena cosa.

Foto de Warren en Unsplash

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