Uno de los placeres que me permito tomarme cuando tengo algo de tiempo es sentarme a leer. Ya os lo conté en otro post. Decidir (activamente o por defecto) sentarme a leer un libro o una revista y pasar un rato dedicando toda mi atención a eso, quizá con algo de música suave de fondo si no hay otro sonido mejor, es algo que me encanta y que hago cada vez que tengo tiempo para ello.
Pero no solo disfruto de la acción en sí. Disfruto de la lectura pero también disfruto de haber tenido tiempo para poder leer con calma y enfocándome en ella en ese momento, y de haber elegido activamente haber hecho eso en vez de hacer cualquier otra cosa para pasar el tiempo. De haber vencido el FOMO en favor de algo que francamente en ese momento me apetecía más, y sin pensar si es lo que más me conviene, lo que mejor me viene o lo que me puede resultar más productivo.
De hecho el componente de disfrutar de la mera intencionalidad y de usar el tiempo de manera consciente, al menos en mi caso, se extiende también a la música. Escuchar un disco de principio a fin, prestándole gran parte de mi atención, es algo que no suelo hacer porque la música suele formar parte de mi vida más como algo que está siempre presente de fondo, pero sí que hay discos que me siento a escuchar con mucha calma.
Al principio del confinamiento por COVID-19, cuando no podíamos hacer gran cosa, reconozco que dediqué conscientemente mucho tiempo a leer y a escuchar música de manera consciente. Las circunstancias eran las que eran, pero si no hubiera sido por esto (y por el Animal Crossing; ya hablaré en otra nota de ello) lo hubiera pasado muchísimo peor, no me cabe duda.
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